Este viernes 7 de noviembre Paloma San Basilio dirá ‘Hasta Siempre’ a sus fans de Torrevieja (Alicante) en un concierto inolvidable. Será a partir de las 22.30 en el Auditorio Internacional y las entradas están a la venta en TicketMaster.

En esta ocasión Paloma ha preparado un concierto donde ofrecerá lo más selecto de toda su carrera musical con temas como ‘El día que me quieras’, ‘Cariño mío’, ‘Por qué me abandonaste’, ‘Luna de miel’ o ‘Un largo camino’, entre otras. En definitiva, una auténtica retrospectiva de los que han sido todos estos años y cómo llegó a ser la artista que a día de hoy nos sorprende por su versatilidad en el escenario y esa maravillosa.

Su próxima visita será en Elda el próximo 5 diciembre. Consulta en www.rlm.es toda la información.

La artista fue recibida entre aplausos por el público asistente a estos dos conciertos. 1 Agosto Cartagena de Indias, Centro de convenciones Getsemani, 2 Agosto  el salón Jumbo del Country Club de Barranquilla,donde se presentó por última vez con su gira Hasta Siempre’ para despedirse de los escenarios después de 40 años de vida artística.

Acompañada por sus músicos y bailarines,  Paloma deleitó a sus fans con temas tan reconocidos como Dulcemente’, ‘Nadie Como Tu’ o Beso a Beso’. Un público emocionado se puso en pie con Luna de Miel’ mientras que ‘No llores por mí Argentina’, tema perteneciente al musical Evita’, logró una conexión total con todos los asistentes. Consiguiendo que el público la ovacionara largamente poniéndose de pie ante la emotiva canción. ‘Juntos’, uno de sus mayores éxitos, fue una de las canciones más coreadas. Gracias a la vida’ o ‘Me importas tú’, sirvieron de homenaje a las numerosas giras que ha protagonizado en América.

Con rosas, palabras de cariño, aplausos y cantando a pulmón sus canciones, los colombianos le agradecieron a la cantante española su despedida de los escenarios.

Esta es la historia de una canción que pudo no ser. A veces pasa que las cosas pequeñas crecen y crecen sin que nos demos cuenta. Precisamente por ocupar un pequeño espacio en el que nadie repara, tienen vida propia y desde su invisible rincón se ríen cada vez que alguien las ignora.

Estos días, algunos amigos me mandan mails para decirme que “Juntos”, mi pequeña gran canción, ha sido la banda sonora en el ultimo capítulo de la popular serie “Cuéntame”, con imágenes incluidas como final. De pronto, he sentido la necesidad de hacerle un reconocimiento, algo así como un tributo a esa historia que ha conseguido hacerme cómplice de casi tres generaciones y que sigue arrancando una sonrisa cada vez que alguien decide saltarse los semáforos de la vida o fumarse un puro en el auténtico sentido de la palabra. Lo del bocadillo a medias es una buena imagen en los tiempos que corren y buscar magos se está convirtiendo en una necesaria forma de supervivencia.

Eran los finales de los setenta y una grabación dormía en un cajón por desacuerdo entre el productor, la compañía de discos y la cantante, que buscaba algo más que cancioncitas pegadizas. Es decir, la canción, como tantas otras, no vería la luz. Una mañana me despiertan de un sueño profundo de pelucas rubias y acento argentino para decirme que, mientras yo lloraba mi muerte cada día en un teatro, esa irreverente canción se había convertido en número uno gracias al oportunismo de mi compañía de discos y una coreografía estupenda que los niños, esos bajitos no tan locos, habían elegido con sorprendente entusiasmo.

A veces, cuando empiezo un concierto, les aclaro en clave de humor que, aunque tengo más de una treintena de discos, miles de conciertos…, soy la que canta Juntos. “Por si hay algún despistado”. Os podéis imaginar lo que se siente cada vez que en bodas, bautizos y comuniones, con los primeros compases, como activados por un resorte, todos salen a la pista en estado de trance para bailar con mi holograma la famosa canción.

Quién nos lo iba a decir cuando incluso un columnista bastante reaccionario dijo que había que prohibirla porque era una incitación a la anarquía. Hoy estará con tratamiento para el estrés, más de treinta años después, viendo el tranquilo e inocente panorama que le rodea y cómo está de suelta la peña.Yo, en cambio, estoy tremendamente agradecida a todos los que han adoptado esa canción como propia generación tras generación.

Todo esto no es una loa a mi trayectoria ni un ataque de ego repentino. Es la constatación de que las pequeñas cosas, otra vez Serrat, nos salvan muchas veces de la visión engañosa de las grandes. Que recuperar el tamaño de nuestra vida es valorar, disfrutar y descubrir todo lo pequeño, lo que a veces está más cerca, lo que no nos exige nada, pero siempre está acompañándonos, en silencio, sin llamar la atención, de una manera casi tímida, equívocamente inútil, con la reconfortante, fresca y maravillosa inutilidad de las cosas que no son un medio para conseguir algo sino suficientes en sí mismas.

No nos dejemos deslumbrar por lo grande despreciando lo aparentemente pequeño. A veces es solo cuestión de quitarle la lupa de aumento o desconectar el ordenador y se queda en nada o desaparece, mientras lo que de verdad merece la pena nos rodea esperando solamente que nos demos cuenta y busquemos el tiempo para compartir un delicioso café a medias.

California tiene flores en el pelo… Así rezaba una canción de los sesenta y todos queríamos viajar al paraíso de la costa oeste americana, junto al Pacífico, y escuchar en vivo el nuevo sonido California, la tierra de los sueños como cantaban “The Mamas and the Papas”, esas dos parejas desiguales de largos cabellos que representaban la libertad de eterna sonrisa. Sus vidas no sonrieron eternamente pero eran “¡hippies!”, la palabra mágica que nos hacía portadores del secreto, del santo grial de la eterna juventud, el amor, la amistad, la música… ¿Se podía pedir más? Algunos mezclaron todo esto con ingredientes que les llevaron a años luz de su filosofía, transportados a un universo del que no supieron volver. Pero los demás soñábamos con conocer a chicos tan altos, rubios, tostados y musculados como los Beach Boys, surfeando sobre nuestras melenas lacias y brillantes.

Supongo que me delato con esta ensoñación sesentera, flores, paz… Lennon sabía tanto de paz y nos lo contaba tan bien que aún cuesta creer que alguien le cortase el aire y le dejase sin voz para siempre, aunque por supuesto no lo ha conseguido. Imagine… Teníamos todo por hacer, éramos la generación-regeneración, las chicas no esperábamos a que nos sacasen a bailar. Bailábamos solas y ellos eran nuestros amigos y compañeros, era el trato, aunque aún nos gustaba que nos regalasen flores para llevarlas en el pelo.

Hoy estoy en California y sí, Disneylandia existe. Yo voy una y otra vez con mis nietos, es el nuevo trato cada vez que vengo: me pongo el 3D en la imaginación y lo queremos ver todo, subirnos a todo hasta que se nos hace de noche y a regañadientes nos perdemos en la autopista mientras ellos se duermen. Me encanta California: sus naranjas, su vino, sus montañas, el estado donde ninguna cultura es extraña, donde siempre se puede encontrar un sueño si no te deslumbras con tanta abundancia que casi siempre es de otros. En Santa Mónica puedes pasar horas y horas escuchando a músicos callejeros que no cambiarían la calle por ninguna multinacional de la mentira. En Malibú, el Océano es tan intensamente oscuro que temes ser atrapada por uno de esos monstruos que vemos en las películas con protagonistas espectaculares a los que te encuentras aquí, paseando tranquilamente como si fueran tus inocentes vecinos.

Curiosamente el español está por todas partes, en calles y conversaciones, mientras en la madre patria nos damos de tortas por volver a la tribu, eso sí, de corbata y tarjeta de crédito, es decir, la no-tribu. Mientras -repito- en España nos atomizamos en un viaje reaccionario y miope, aquí el idioma se hace grande, inmenso y conciliador. Mal que a algunos les pese España es más grande fuera que dentro, gracias en gran parte a nuestros hermanos del sur, sobre todo mexicanos, emigrantes, trabajadores humildes, orgullosos de su cultura e idioma, que no saben decir “no” si hay que llevar unos dólares a casa y mejorar la calidad de vida de su gente. Como un tejido silencioso, cálido y amable han ido penetrando y enriqueciendo la sociedad hasta el punto de conseguir que después de mucho tiempo California vuelva a latir en español.

Yo me siento orgullosa y tranquila al ver que mi sueño americano de los sesenta se ha convertido en esta fusión diversa, generosa y multicultural, que mi espíritu hippie todavía intacto no era víctima de un espejismo, que mis nietos van a un colegio público donde les enseñan a cuidar un huerto y un jardín, que crecen en un espacio libre, sin nacionalismos ni luchas fratricidas, donde las normas de convivencia son el amor a la naturaleza, el respeto por el otro, la diversidad como suma, no como exclusión, la mezcla como conquista no como impureza… No sé si os suena algo así como “no pienso igual que tú pero daría la vida para que tú puedas hacerlo y puedas llevar si te hace feliz flores en el pelo”.