La pizza de los Oscars
Por fín puedo ver la entrega de los Oscars a una hora normal. Estoy en LA y la ceremonia empezaba a las cinco, con lo cual me he sentado tranquilamente dispuesta a disfrutar de cómo este país sabe organizar una fiesta para premiar el talento, sin complejos, y creando un auténtico regalo para los sentidos y la inteligencia. Reconozco que una semana después aún estoy impactada. No por lo guapísimos que están todos y por la naturalidad con la que llevan los mejores trajes y las mejores sonrisas, sino porque esos chicos y chicas, algunos bastante maduritos, tienen el talento en proporción directa con su sentido del humor, su sencillez y su saber estar.
Esta sería la crónica de cómo alguien que se llama Ellen DeGeneres, a la que más de uno en nuestro país debería, como si del colegio se tratase, intentar emular y ver reiteradas veces tal vez con lápiz y papel. Como esta estupenda anfitriona, con un humor inteligente y maravilloso, va introduciendo a los mejores y, al mismo tiempo, riéndose de ellos y con ellos. De cómo alguien puede pedir unas pizzas y conseguir que Brad o Harrison pidan su parte en un plato de plástico sin perder un ápice de glamour o clase. De cómo les pide la pasta para pagar las pizzas y recuerda a Brad Pitt que no sea tacaño, porque tiene dos películas al aire. De cómo se le ocurre hacer el más imposible selfie de la historia del cine y que además esa imagen, expandida por todo el mundo, sirva par recaudar fondos solidarios.
Es tanto lo que se puede aprender y disfrutar en este evento impecable, con una puesta en escena maravillosa y con mi querida y admirada Betty Midler (cantando una canción, a la que yo puse voz en español hace tiempo) recibiendo una ovación en pie de todo el auditorio; así como la interpretación de Pink, increíble, del tema de la película El Mago de Hoz; y por supuesto mi favorita, la canción de Frozen, una de las mejores películas de la fábrica Disney en los últimos tiempos.
Sinceramente ver a Sandra Bullok guapísima después de verla pasarse hora y media con un primer plano casi continuo, sin maquillar, en esa película alucinante que se llama Gravity. Ver como las reinas de la noche han pasado los cuarenta y los cincuenta, algo impensable hace años en el Star System, cuando las mujeres después de los 35 tenían que poner anuncios para que las contrataran, por muy estrellas que fueran. Saber que además de guapos y talentosos, son solidarios y se mojan con los grandes problemas del mundo, el hambre y la desigualdad sin mirarse el ombligo constantemente.
En fín, comprenderéis porque quiero venir a LA todos los años por estas fechas. No sólo por estar con mis niños y con Ivana, sino para darme el gusto de aunque sea desde un sillón, formar parte de esa fantástica fiesta, pizza en mano, que son Los Oscars.