Levantar el vuelo
No sé por dónde empezar, realmente me gustaría decir, no sé cómo terminar, pero la pesadilla sigue, el desconcierto se instala en tu cabeza como un nido caído del árbol. A veces solo tengo ganas de llorar, viendo, imaginando tanto dolor por las ausencias inesperadas e innecesarias.
Nos hacen tanta falta, sus miradas, sus silencios, su generosidad, su memoria tranquila e intacta incluso cuando no se acordaban de nada y te contestaban con algo incoherente, no importa, porque la memoria son ellos, su sola presencia, el recuerdo de lo que fueron, hicieron y son, aunque a veces, esta vida de whatsap no les permita estar junto a sus seres queridos formando parte del paisaje cotidiano y diario como mi abuela y mis padres formaron del mío y del de mi hija.
Solo sé que ya no estarán más, y no sabemos por qué , cuando, confiados, creíamos tener bajo control un mundo que en el fondo no nos pertenece y del que somos huéspedes no siempre deseados.
A veces somos nosotros con nuestra ceguera confortable, quienes no somos capaces de escuchar las miles de señales que nos llegan desde el entorno y desde nuestro propio interior. Otras veces es la naturaleza implacable la que nos despierta del letargo para decirnos que ella sigue siendo la dueña y señora de todo y que bastante hace con regalarnos cada día nuestro más preciado tesoro, La Vida.
No, hoy no tengo ganas de cantar, veo que todos cantan y hacen vídeos para salvar el abismo y en cambio yo, justamente ahora, no puedo cantar, no puedo hacer casi nada porque un nudo en la garganta y el corazón me lo impide.
Y veo mi paloma en el jardín con sus alas desplegadas a punto de echarse a volar y me gustaría subirme en ella y que no fuese de piedra sino de viento. Me gustaría volar con ella a otro mundo, un mundo sin muerte, ni dolor y donde la vida sea solo eso, volar, respirar y flotar en medio del universo, sin peso en las alas.