Una sirena en Miami
Pasearte por Miami Beach es tan desalentador como probarte el bañador de tu vida y comprobar que necesitas una talla más porque el diseño que te enamoró se deforma y estira convirtiéndose en algo irreconocible. O que los zapatos tipo coturnos que te pones para parecer una top sólo te producen un esguince al torcerte un pie a la primera palmera que cruzas.
Miami está llena de cuerpos imponentes enfundados en licras de colores que empiezan en la mitad del busto y terminan cuando menos te lo esperas, todos ellos subidos en tacones imposibles que crean un andar vacilante y sinuoso en un desfile multicolor y una plástica como de dibujos animados. Mientras, alguien te pasa al lado subido en un patín con traje de baño y pinta de no haber dado un palo al agua en su vida, o una limusina de cristales tintados te dice que dentro hay alguien que no quiere ser visto aunque tú lo ves más que si fuera andando entre la multitud.
Miami es la ciudad del placer, el diseño, el agua, las palmeras y un maravilloso Art Decó que marca la estética de hoteles, luces y neones, dando a sus calles un algo irreal como de película de los 40 ó 50 habitada por extraños personajes que llegaron en un viaje en cuarta dimensión de cualquier tiempo futuro. Es una ciudad excitante, lúdica y estimulante, donde el inglés y el español conviven con la más absoluta naturalidad formando un solo idioma.
En esta visita he tenido el privilegio de recibir las llaves de la ciudad por parte del alcalde de Miami, de apellido Regalado, haciendo honor al regalo que significa disfrutar de Miami, de su temperatura, sus canales de agua, sus playas y sus rascacielos. Siempre que llegas hay uno más rompiendo el cielo y componiendo en las noches una sinfonía de color junto a sus vecinos iluminados de cien colores cambiantes, como si la mano de un mago noctámbulo y caprichoso se dedicase a teñirlos y bañarlos con su paleta increíble.
Es muy difícil no sucumbir al encanto y seducción de Miami, la ciudad que nunca duerme y donde puedes encontrar lo que tus sueños y tu bolsillo te permitan. Eso sí: más te vale llevar un bolsillo abultado si no quieres pasar el día en la playa con un ‘hot dog’ y un café de Starbucks, que tampoco es mal plan, mientras ves a los surfistas y te preguntas que por qué no naciste un poquito más tarde, lo justo para que la tabla que les hace volar por las olas fuera tan familiar para ti como la bicicleta que tenías como máxima expresión de libertad.
Con o sin tabla, ha sido increíble cantar en esta ciudad de todos, sabiendo que toda América está aquí resumida, pidiéndote canciones de sus tierras lejanas de las que nunca se olvidan y a las que vuelven por un instante mientras cantan y se emocionan contigo. Una vez pensé en quedarme aquí en una casa junto al agua. Hoy estoy mirando a otro mar, pero es el mismo océano el que acaricia las dos orillas para que yo, convertida en sirena, pueda viajar hacia esta exuberante tierra y, varada en la arena, sentir de nuevo el color del neón en mis escamas y en mi alma.