Pintar es inventar un espacio donde antes no había nada, es abrir una ventana virtual a otro mundo ajena a cualquier realidad circundante. Ni siquiera en el figurativo más puro o en el hiperrealismo más extremo las realidades se funden y abrazan formando una misma cosa, las luces entran desde un punto inalcanzable a la mirada del observador, iluminan lo que la mente de quien pinta imagina o inventa en una burla óptica que nos hace cómplices de lo inexplicable.
El paseo por los impresionistas en la fundación Mapfre nos transporta a un tiempo detenido de búsqueda, de pasion atormentada en muchos casos que nos atrapa hasta hacernos desear de una forma hipnótica penetrar en el cuadro y vivir un tiempo con sus personajes, disfrutando a veces de ese atardecer plácido y algo hierático de Seurat junto al río inmóvil, mancharnos las manos con los azules de Monet o abrazar cálidamente a un Van Gogh siempre escapando de sí mismo.
Como nos enriquece la pintura, nos convulsiona, nos obliga a mirar al fondo de nosotros mismos, nos identifica con las luchas de otros en todo tiempo, de los que no se conforman, de los que piensan que puede haber un mundo mejor y ellos pueden conseguirlo junto a la luz, el paisaje, las personas atrapadas por un instante en un lienzo, los colores, como decía Matisse, el color hay que pensarlo, soñarlo, imaginarlo… para que sea color y libre, para que nos haga libres a nosotros, para que nos haga bailar como en su lienzo de La Danza.También cuando pintamos bailamos de alguna forma en torno al cuadro, yo lo hago buscando el encuadre, la composición, como dice Pollock el movimiento del pintor, su expresión corporal en torno a la pintura forman parte del acto pictórico.
Reconozco mi pasión por la pintura, posiblemente en lo único que me gastaría el dinero sin remordimientos ajenos es en un buen cuadro que me hable desde dentro. Mientras escribo contemplo mi Esteban Vicente y veo la belleza y el equilibrio de alguien que pintaba con 82 años demostrando que cualquier edad es fecunda y creadora y sobre todo buena para seguir aprendiendo. En las paredes escasas de mi casa del sur, donde los cristales me dejan ver día y noche el milagro del mar y las puestas de sol y de luna, en esas paredes digo pondría a Maurice Denis y sus Musas o el Talismán de Paul Sérusier o la paloma con alas de nubes de Magritte y tantos otros viajeros en el tiempo y las emociones.
He pintado muchas veces con mis nietos lienzos que compro y pintamos a medias, no hay descripción posible para esos momentos de ternura, risas, libertad, con las manos manchadas y el único limite de nuestra imaginación y la hora de recoger los trastos que siempre les parece demasiado pronto. De pequeña disfrutaba pintando los muebles de la casa, añadirles flores o árboles era como ponerles alas para que volasen fuera de las cuatro paredes conmigo. Mi madre se reía cuando me veía transformar un perchero de pared en un arcoíris y las puertas de un armario en un jardín; os podéis imaginar que era una madre poco común.
Acercaos a la pintura, pintad vosotros mismos sin miedo, es una experiencia maravillosa la de compartir los cuadros de esos seres geniales, valientes, a veces frágiles y casi siempre solitarios e incomprendidos, que no se rindieron y que nos enseñaron otra forma de sentir y reflejar la vida.