La artista fue recibida entre aplausos por el público asistente a estos dos conciertos. 1 Agosto Cartagena de Indias, Centro de convenciones Getsemani, 2 Agosto  el salón Jumbo del Country Club de Barranquilla,donde se presentó por última vez con su gira Hasta Siempre’ para despedirse de los escenarios después de 40 años de vida artística.

Acompañada por sus músicos y bailarines,  Paloma deleitó a sus fans con temas tan reconocidos como Dulcemente’, ‘Nadie Como Tu’ o Beso a Beso’. Un público emocionado se puso en pie con Luna de Miel’ mientras que ‘No llores por mí Argentina’, tema perteneciente al musical Evita’, logró una conexión total con todos los asistentes. Consiguiendo que el público la ovacionara largamente poniéndose de pie ante la emotiva canción. ‘Juntos’, uno de sus mayores éxitos, fue una de las canciones más coreadas. Gracias a la vida’ o ‘Me importas tú’, sirvieron de homenaje a las numerosas giras que ha protagonizado en América.

Con rosas, palabras de cariño, aplausos y cantando a pulmón sus canciones, los colombianos le agradecieron a la cantante española su despedida de los escenarios.

Por fín puedo ver la entrega de los Oscars a una hora normal. Estoy en LA y la ceremonia empezaba a las cinco, con lo cual me he sentado tranquilamente dispuesta a disfrutar de cómo este país sabe organizar una fiesta para premiar el talento, sin complejos, y creando un auténtico regalo para los sentidos y la inteligencia. Reconozco que una semana después aún estoy impactada. No por lo guapísimos que están todos y por la naturalidad con la que llevan los mejores trajes y las mejores sonrisas, sino porque esos chicos y chicas, algunos bastante maduritos, tienen el talento en proporción directa con su sentido del humor, su sencillez y su saber estar.

Esta sería la crónica de cómo alguien que se llama  Ellen DeGeneres, a la que más de uno en nuestro país debería, como si del colegio se tratase, intentar emular y ver reiteradas veces tal vez con lápiz y papel. Como esta estupenda anfitriona, con un humor inteligente y maravilloso, va introduciendo a los mejores y, al mismo tiempo, riéndose de ellos y con ellos. De cómo alguien puede pedir unas pizzas y conseguir que Brad o Harrison pidan su parte en un plato de plástico sin perder un ápice de glamour o clase. De cómo les pide la pasta para pagar las pizzas y recuerda a Brad Pitt que no sea tacaño, porque tiene dos películas al aire. De cómo se le ocurre hacer el más imposible  selfie de la historia del cine y que además esa imagen, expandida por todo el mundo, sirva par recaudar fondos solidarios.

Es tanto lo que se puede aprender y disfrutar en este evento impecable, con una puesta en escena maravillosa y con mi querida y admirada Betty Midler (cantando una canción, a la que yo puse voz en español hace tiempo) recibiendo una ovación en pie de todo el auditorio; así como la interpretación de Pink, increíble, del tema de la película El Mago de Hoz; y por supuesto mi favorita, la canción de Frozen, una de las mejores películas de la fábrica Disney en los últimos tiempos.

Sinceramente ver a Sandra Bullok guapísima después de verla pasarse hora y media con un primer plano casi continuo, sin maquillar, en esa película alucinante que se llama Gravity.  Ver como las reinas de la noche han pasado los cuarenta y los cincuenta, algo impensable hace años en el Star System, cuando las mujeres después de los 35 tenían que poner anuncios para que las contrataran, por muy estrellas que fueran. Saber que además de guapos y talentosos, son solidarios y se mojan con los grandes problemas del mundo, el hambre y la desigualdad sin mirarse el ombligo constantemente.

En fín, comprenderéis porque quiero venir a LA todos los años por estas fechas. No sólo por estar con mis niños y con Ivana, sino para darme el gusto de aunque sea desde un sillón, formar parte de esa fantástica fiesta, pizza en mano, que son Los Oscars.

La playa amanece desnuda, se despereza en una luminosidad tibia que contrasta con el frescor del agua que forma parte de ella desde hace siglos. La playa está limpia, con una virginidad que la pleamar ha dejado en la arena, solo profanada por las huellas de gaviotas que ya levantaron el vuelo. El constante oleaje le susurra como un mantra eterno que no está sola, que el espejo del cielo que la baña de azules la protege y que su música la acompañará hasta que los océanos, otra vez secos, le roben la orilla.

Desde los matorrales y caminos poco a poco van apareciendo seres diminutos en proporción a ella, cargados de cosas que van salpicando la playa de colores, risas, toallas, neveras y toda esa ingente cantidad de artilugios que esos seres pequeños necesitan para ser felices y volver a jugar de nuevo como cuando eran más pequeños todavía. Se quitan la ropa, se untan cremas y aceites y se instalan en la playa, conscientes de su generosidad y capacidad infinita para dar placer y aliviar el cansancio de una vida que les ha elegido sin darles muchas opciones de cambiar el rumbo. Por unos instantes se recuperan a sí mismos y se sorprenden gritando al entrar en el agua, nadando entre peces, subidos a una tabla o vestidos de neopreno para descubrir tesoros ocultos y a veces capturar alguno de sus habitantes.

Esos seres pequeños abren sus neveras y engullen toda clase de viandas que por estar al resguardo de una sombrilla saben tan exquisitas como las del mejor restaurante de esa ciudad de la que han salido huyendo y a la que nunca querrían volver. La siesta cálida sobre la toalla salpicada de arena les lleva al mejor de los sueños, esos que tantas veces perdieron por el camino y el beso o la caricia de alguien les devuelve a ese beso suave que otro alguien les dejaba cada noche en la orilla de los años.

Al final del día, el regreso, la recogida de bártulos, la súplica de los niños para quedarse más tiempo en el paraíso, el sudor y la ropa pegada; en definitiva el precio que esos pequeños seres pagan por un poco de libertad, por un mundo sin reglas ni horarios, sin atascos y sin controles de velocidad en los caminos de arena que les devuelven a casa, mientras la tarde les dice adiós desde el agua.

El sol se acuesta, la playa disfruta de su soledad en penumbra, de su silencio de olas y pájaros, se baña y refresca por última vez antes de acostarse, bosteza y sonríe feliz de la felicidad de tanta gente que ha pisado su piel durante el día. Sabe que es única, que es la más deseada, la más buscada y añorada por quienes para seguir soñando eligen su imagen como fondo de pantalla de sus vidas.

La luna se refleja en la superficie blanca de la piedra caliza y te sientes en medio de un resplandor envolvente, infinito, tienes la sensación de flotar en el universo y no entiendes que tanta belleza pueda estar a solo cuatro horas de un lugar donde la gente se sigue matando, donde la intolerancia y el fanatismo llevan a una de las más increíbles civilizaciones a la barbarie.

El desierto blanco descansa inalterable y eterno a solo cuatro horas de El Cairo. Llegas después de recorrer un difícil camino con esos todoterrenos que sobreviven destartalados a las inclemencias de las rutas imposibles. La arena y las dunas se van endureciendo y mezclando con formas calizas que parecen salidas de las manos de un escultor invisible que las retuerce, eleva y cincela hasta convertirlas  en las esculturas caprichosas que irrumpen de la superficie blanca de kilómetros sin  horizonte.

Enmudeces, corres, quieres pisarlo todo, tocar las formas, te dejas atrapar en ese espacio mágico que el hombre aún no ha teñido de sangre, es la naturaleza en estado puro, esa enorme lección de humildad que nos da cada vez que la dejamos sola, sin tocarla, sin violarla… Para violaciones ya están otros a solo cuatro horas de viaje.

Se monta un pequeño campamento con los tres coches y unas telas de colores colgadas y sobre el suelo. Pocas veces algo tan sencillo ha podido ser más cálido, acogedor y mágico: allí cenamos, bailamos, cantamos y nos reímos.

El egipcio es amable, amigo de las bromas, la música y el baile. Hablan con pasión de su tierra, de sus dioses pasados y tú lo entiendes recorriendo sus templos y Palacios de la mano del Nilo, ese río de vida que marcaba los tiempos, las cosechas y las celebraciones. Una civilización que consiguió como ninguna extraer de las estrellas y la tierra la sabiduría necesaria para vivir en armonía y para hacer de la muerte el más bello viaje después del camino.

Una pequeña tienda sirve para que los que hemos decidido no perdernos el milagro de la noche en el desierto blanco, intentemos dormir unas horas, solo las necesarias para salir y dejarte cegar por una luna llena que ha convertido todo en una inmensa superficie de cristal, no puedes hablar, te ciega tanta belleza, sientes que lo mejor de ti aparece reflejado en ese paisaje asombroso, sientes que no puede haber nada malo ni ruin ni mezquino en un mundo que contiene  esa visión… Solo un zorrillo te hace bajar a la realidad, lo persigues y se ríe de ti escapando.

A la mañana siguiente te vas con la sensación de que volverás algún día, de que todo el mundo debería ir a pasar una noche en ese desierto blanco.

Hoy veo los telediarios y aparece su imagen como una caricia.

La diosa se contonea, se mece, se perfuma, se pone las palmas en la cabeza, se baña de azules y turquesas y se ríe a carcajadas sintiéndose única, admirada, amada y mimada por quien tiene la suerte de tocarla, disfrutarla y descubrirla. Su piel es húmeda y canela, sus caderas se cimbrean al sentir la mejor música que emerge de sus venas. Es una sinfonía de sensaciones envolventes que te obligan a dejarte llevar al lecho que ella tiene como un tálamo en el medio del mar.

Su nombre es Puerto Rico y sabe a España con otro color, brisa y perlas de agua en la cara. Es difícil encontrar un paraíso del que uno jamás quisiera marcharse como esta isla en medio del Caribe, de vegetación cerrada y gente alegre y privilegiada. Es la América híbrida mitad norte y mitad sur que compra en dólares pero no hay moneda en el mundo por la que se venda, que habla un inglés mestizo e indómito, que sabe que sus raíces están en otros mares, África, España, y eso les hace distintos y soberanos.

En el viejo San Juan, nuestras ciudades del sur están reflejadas en los balcones, las plazas, las rejas, los portones. A veces es Cádiz con otra música asomándose a las ventanas y con esos colores a los que España tiene miedo y aquí surgen en cada fachada o esquina. Nombres traídos del otro lado del océano, iglesias coloniales, fortalezas que defendían la isla de los ataques piratas ansiosos por robar a los españoles la Perla del Caribe. Todo pasa ante nuestra mirada como algo conocido, familiar y sin embargo distinto con vida y sabor propios. Como ese delicioso Mofongo, plato típico entre otros que también saben a España, con el plátano como gran protagonista en toda la cocina boricua.

Hemos terminado esta primera parte de gira americana en Puerto Rico. No podíamos haber elegido mejor despedida. Hemos disfrutado del público maravilloso del teatro Bellas Artes de Caguas, pero también nos hemos bañado en sus playas, bailado hasta altas horas y dejado seducir por los Coco Locos y Las Piñas Coladas. Realmente lo necesitábamos todos después de esta maravillosa, agotadora y gratificante gira. La isla ha sido generosa con nosotros y nos ha dicho adiós como una amante benévola que espera sonriente el regreso del navegante para volver a recibirle con sus brazos morenos y cálidos… Hasta Siempre América. Jamás olvidaremos este recorrido de sur a norte por tus paisajes y gentes, ni tanto cariño. Una vez más… Gracias.