La luna se refleja en la superficie blanca de la piedra caliza y te sientes en medio de un resplandor envolvente, infinito, tienes la sensación de flotar en el universo y no entiendes que tanta belleza pueda estar a solo cuatro horas de un lugar donde la gente se sigue matando, donde la intolerancia y el fanatismo llevan a una de las más increíbles civilizaciones a la barbarie.
El desierto blanco descansa inalterable y eterno a solo cuatro horas de El Cairo. Llegas después de recorrer un difícil camino con esos todoterrenos que sobreviven destartalados a las inclemencias de las rutas imposibles. La arena y las dunas se van endureciendo y mezclando con formas calizas que parecen salidas de las manos de un escultor invisible que las retuerce, eleva y cincela hasta convertirlas en las esculturas caprichosas que irrumpen de la superficie blanca de kilómetros sin horizonte.
Enmudeces, corres, quieres pisarlo todo, tocar las formas, te dejas atrapar en ese espacio mágico que el hombre aún no ha teñido de sangre, es la naturaleza en estado puro, esa enorme lección de humildad que nos da cada vez que la dejamos sola, sin tocarla, sin violarla… Para violaciones ya están otros a solo cuatro horas de viaje.
Se monta un pequeño campamento con los tres coches y unas telas de colores colgadas y sobre el suelo. Pocas veces algo tan sencillo ha podido ser más cálido, acogedor y mágico: allí cenamos, bailamos, cantamos y nos reímos.
El egipcio es amable, amigo de las bromas, la música y el baile. Hablan con pasión de su tierra, de sus dioses pasados y tú lo entiendes recorriendo sus templos y Palacios de la mano del Nilo, ese río de vida que marcaba los tiempos, las cosechas y las celebraciones. Una civilización que consiguió como ninguna extraer de las estrellas y la tierra la sabiduría necesaria para vivir en armonía y para hacer de la muerte el más bello viaje después del camino.
Una pequeña tienda sirve para que los que hemos decidido no perdernos el milagro de la noche en el desierto blanco, intentemos dormir unas horas, solo las necesarias para salir y dejarte cegar por una luna llena que ha convertido todo en una inmensa superficie de cristal, no puedes hablar, te ciega tanta belleza, sientes que lo mejor de ti aparece reflejado en ese paisaje asombroso, sientes que no puede haber nada malo ni ruin ni mezquino en un mundo que contiene esa visión… Solo un zorrillo te hace bajar a la realidad, lo persigues y se ríe de ti escapando.
A la mañana siguiente te vas con la sensación de que volverás algún día, de que todo el mundo debería ir a pasar una noche en ese desierto blanco.
Hoy veo los telediarios y aparece su imagen como una caricia.