Suárez
Conocí a Adolfo Suárez a principio de los setenta. Es más, cuando yo daba mis primeros pasos en televisión, él era director de RTVE, en el año 73.
Conocí también a su hermano, Ricardo, y fui muy amiga de José María. Adolfo Suárez era el gran seductor, te convencía con su mirada dulce, su voz cálida y su tranquilidad en el gesto. También conocía el poder de su sonrisa, realmente era un hombre común con una especial aptitud para manejarse por la vida. Sin esas capacidades conciliatorias, la transición española hubiese sido imposible. Él consiguió aunar fuerzas, limar aristas y convencer a todos de que juntos éramos mejor, y que las antiguas rencillas debían eliminarse si queríamos construir una España donde todos cupiésemos.
En esa aventura tuvo dos aliados de excepción: el general Gutiérrez Mellado, fiel hasta el límite al proyecto de conciliación de los españoles; y Santiago Carrillo, con el que, desde las primeras de cambio, simpatizó e hizo de correa de transmisión en el partido comunista para su legalización. Sin olvidar por supuesto a esa criatura providencial que fue Carmen Díaz de Ribera.
Si vemos la fotografía del nefasto 23F, son esas tres figuras las que no se doblegan ante los golpistas. Eran un triángulo con un proyecto común, aunque ninguno de ellos estaba resultando cómodo a sus respectivos correligionarios.
España le debe mucho a Adolfo Suárez, un verso suelto que se salió del guión y consiguió lo imposible, establecer las bases del país que tenemos hoy con sus luces y sombras.
Me resulta imponente ver las colas de gente dándole el último adiós, pero me entristece la falta de memoria. El abandono al que fue sometido cuando quiso liderar un proyecto político al que los votantes, tal vez los mismos que le despiden hoy, dieron la espalda. Me entristece ver las caras compungidas de algunos políticos, cuando fue víctima de traición por más de uno (y muchos de su propio partido). La derecha tiene una especial habilidad para unirse y mantener su diversidad que, cuando las cosas no van bien, hace saltar por los aires la unidad conveniente y efímera. Me produce asombro la solemnidad de algunas personas que le esquivaron cuando pensaban que ya no hacía falta o estaba tomando caminos contrarios a sus intereses.
Esto es así, la desmemoria y la traición a veces van de la mano de las grandes manifestaciones y los gestos de teatral tristeza, no en todos por suerte, sin recordar cuando él, en su casa de la Florida, perdido en los recuerdos y las ausencias, apenas recibió el cariño y respeto que tantos le debíamos.
Vivo muy cerca de él, siempre sentía una emoción al pasar por su casa. Cuando vuelva a España volveré a pasar, despacio, para mandarle un beso con el viento.