Por una mirada
Se miraron a los ojos, alguien los presentó, tropezaron en alguna parte o sencillamente se encontraron. Su vida comenzó a cambiar desde ese instante, poco a poco, lentamente al principio, después siguió creciendo como una espiral la necesidad de estar el uno con el otro. Empezaron a compartir tardes, días de cine, alguna excursión, conocidos. Pero sobre todo empezaron a compartir futuro, sueños largos y posibles. Se imaginaron juntos años más tarde, crearían una familia, lucharían por salir adelante hombro con hombro y aprenderían a quererse en las duras, y en las que más brillan en el árbol diciendo “cógeme y no tengas miedo”.
Sus amigos estaban felices viéndoles sonreír de esa forma tan distinta y sus familias tranquilas, por fin habían encontrado su otra parte. Era tan bonito, tan natural, tan “como toda la vida”. Algunos no lo veían muy claro, siempre hay aguafiestas que ponen peros a todo. Pero ellos se querían y nada podía hacerles desistir de la ilusión de estar juntos, de buscar una casa, comprar muebles, planificar las vacaciones y seguir mirándose a los ojos, mañana tras mañana, a pesar de las dificultades, las diferencias, las pequeñas discusiones sin importancia.
Un día algo cambia. Nada es lo que pensaban o lo que querían: el dinero, los hijos o quizás los pequeños demonios que a veces se esconden en el último rincón del alma, esperando el momento propicio para reclamar su espacio en la superficie. Los desencuentros aumentan, uno lo lleva mejor que otro, siempre pasa eso, uno aguanta mientras los cristales rotos y afilados del otro van cogiendo protagonismo. Hasta ocupar el antiguo espacio que el amor habitaba.
No hay solución, ni fuerzas, ni salida, ni esperanza, y el odio crece dentro como una planta dañina abonada por la miseria, los celos, la intolerancia o la locura. Él ya no soporta mirarla a la cara sin que la sangre se le suba al cuello. Ella es el problema. La vida sin ella, qué liberación, por fin libre aunque de esa libertad ya no pueda librarle nadie. Da igual el método o el momento, ni siquiera hace falta algo bien pensado y con astucia. Lo importante es acabar con ella, los hijos son lo de menos, ella los parió.
Por fin se dará cuenta de que cuando la miró por primera vez, no era para amarla y cuidarla, sino para poseerla, como se posee un coche o un teléfono móvil, algo que necesitamos para no sentirnos nadie y perdidos.
Una vieja copla de los maestros Quintero/ León/ y Quiroga dice así: “tenedle por dios clemencia, piedad tenedle los jueces, que yo le di la licencia para matarme cien veces”. Era una cantaora. Él decidió que suya o de nadie, la llamaban Ruiseñora. ¿A cuantas más van a apagar la voz cada día, hasta que alguien pare esto? El precio es demasiado alto… por una mirada.
P.D. En lo que va de año, en España, más de veinte mujeres han sido víctimas de sus parejas…