Me llamo miedo, me alimento de mí mismo, de mi necesidad de poseer algo y la ignorancia de saber que mi propio miedo me hace sobrevolar la vida sin poder amarla lo suficiente.
Habito en todas partes, en el corazón de la gente, en sus casas, en su mirada, en sus sueños, en sus decisiones y en sus sentimientos.
A veces siento una pequeña culpa al ser tan importante.
He cambiado el mundo muchas veces, he cambiado de bando y he inventado ganadores y perdedores, en una secuencia de la historia en la que al final todos perdían. Después he seguido reinando, a veces he sido el miedo a perder el privilegio de la victoria y muchas más a volver a ser víctima de otros o los mismos.
Entro en la vida de la gente sin que se de cuenta y ni siquiera cuando están llenos de mi saben distinguirme.
Se engañan pensando que deciden libremente, que aman libremente, que se alejan libremente cuando gran parte de sus movimientos están dictados por mi persuasión . He sido utilizado mil veces a lo largo de la historia, para someter, para aleccionar, para traicionar, para combatir. A veces me disfrazo de una causa justa, un peligro inminente o la necesidad de aniquilar al otro porque su miedo parece distinto, pero sigo siendo yo mismo inmisericorde.
Me deslizo por la sociedad, me derramo por las calles, los edificios oficiales, los grandes foros sobre población, economía, ecología e incluso he llegado a crear maravillosas obras de arte con solo mi presencia, Homero, Shakespeare, Dante o el Greco se han alimentado de mí para expresar la desesperación, la pérdida o la lucha por la hegemonía o el perdón divino. Si tan solo pudiera desaparecer por un tiempo, si pudiese evaporarme o diluirme en la nada como el humo, y liberar a tanta gente de mí, de mi presencia inmovilizadora. Dejarles volar, mirar al otro sin sentir la distancia o el abismo de lo que no se conoce y se presupone amenazante. Si pudiera quitar ese manto invisible que oprime y aprisiona de manera sutil e intangible.
Si pudiese gritarles que no son ellos sino yo quien intoxica sus mentes impidiéndoles ver la verdad, de las ideas, de los sentimientos, de todo lo que es posible hacer cuando no hay temor y la duda es solo una reflexión que no asusta.
Si pudiese insuflar a los que usan mi nombre en vano, el deseo de ser libres y dejar que los demás lo sean, porque ya la libertad es bastante condena en sí misma. Realmente tendría que estar orgulloso de todo lo que se hace y mueve por mi causa, orgulloso de mi poder capaz de crear bombas de exterminio y mecanismos de defensa que son incapaces de defenderse del auténtico enemigo,yo mismo, el mayor impulsor de barbaridades, dolor y fracasos del universo. Pero no, no me siento orgulloso, ni siquiera importante porque sé que aunque a veces consigo colarme por las rendijas del tiempo, siempre alguien, en algún lugar, en algún momento, me descubre y consigue arrojarme de su vida.
Y entonces aparece el rostro del que está en calma y sabe y escucha y piensa y elige.
Alguien que consigue volar libremente, sin cadenas, y si él consigue convencer a los demás de que yo existo, aunque no puedan verme, un día dejaré de cubrir de sombras el mundo y tendré que deambular solo, atemorizado, perdido y desterrado de los sentimientos que antes me pertenecían.
Y en ese instante, en ese preciso instante dejaré de llamarme miedo, para convertirme en simplemente un aliento ahogándose en una sonrisa.